Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal.
Te presentas en mi vida
siempre llena de otras cosas,
de otras prisas, de otros planes.
Y así, sigiloso como el agua,
te me filtras en un vacío,
en un cansancio, en un semisueño,
para derramarme tu paz y compañía.
¡Cuánta novedad sentida
en tan pequeño instante!
¡Cuánta luz! ¡cuánto amor!
¡Cuánta alegría regalada!
Cómo quisiera plantarme
ahí, en esa orilla tuya,
con todos mis sentidos.
Y recostarme en tu pecho
hasta escuchar tus latidos.
Para compartirte mis secretos
y airear contigo mis sueños.
Pero cómo me cuesta
creer que alguien así
pueda existir para mí.
Si todo lo que quiero,
y alguna vez he tenido,
se me arranca.
¿Quién me asegura
que Tú no te vas a ir?
¡No importa!
Si así sucede,
siempre podré recordar
que mi vida es
esa ribera que tu agua busca.
Y bastará un instantáneo
volver sobre mí,
para que Ese al que ya no espero
vuelva de nuevo a aparecer,
porque siempre estuvo allí.
(Seve Lázaro, sj)